Consejos para el sueño autónomo del bebé sin llanto
Estos días de confinamiento podrían ser una ocasión para lograr que tu hijo duerma de manera autónoma. Pero, atención, sin sufrir. El sueño es un proceso evolutivo que comienza aproximadamente al sexto mes de gestación. Eso quiere decir que llega a su madurez de forma natural, sin ser necesario que se haga nada al respecto, aunque sí que podemos acompañar el momento, al igual que deben acompañarse todos los procesos de la crianza.
Se trata de un paso importante en la vida del niño y cada familia debe decidir libremente cuándo llevarlo a cabo. Un buen momento suele ser a partir de los nueve meses, y no necesariamente tiene por qué implicar dormir solo en una habitación. Hay niños que duermen en la misma habitación que sus padres o hermanos e igualmente están habituados a dormir ya de forma independiente.
El punto de partida es tener bien establecida la rutina del sueño en el niño. Que pueda anticiparse a los momentos en los que le toca dormir, incluyendo las siestas, y organizándolos en horarios adecuados en función de la edad. Además, estos momentos deben tener lugar siempre a la misma hora, entendiendo por rutina del sueño todo lo que anticipa y sigue al acto mismo de dormir. Así se logra seguridad. También el peque debe sentir que tiene sus necesidades básicas cubiertas: alimentación, sueño, temperatura e higiene.
Una vez asentada dicha rutina, puede plantearse comenzar la aventura. La cual no suele durar más de una semana. Siempre y cuando el método sea adecuado y sobre todo respetuoso con el niño. Dejar llorar es un tipo de castigo, implicando en el niño la sensación de abandono y miedo. Por lo que es un método bastante contraproducente y que puede dejar secuelas. Para dormir de manera sana, los niños deben estar tranquilos, relajados y sentirse seguros. De ahí la relevancia de la anticipación y la rutina, así como del acompañamiento en este nuevo proceso.
La lactancia ayuda a conciliar el sueño en los bebés y las mamás
En el caso de niños lactantes, lo más habitual es hacer colecho. Lo cual permite que descansen tanto los padres como el niño. De este modo, la madre puede responder a sus necesidades durante la noche (o las siesta) y el bebé ser más autónomo a la hora de desplazarse de su cuna a la cama de sus cuidadores y al revés.
Además, la lactancia ayuda a conciliar el sueño debido a la propia composición de la leche y la relajación que siente el peque al tener contacto con la madre, así como por lo relajante de la succión. También ayuda a dormir a la madre con más facilidad gracias a las hormonas que se generan.
Ritos, mejor que solamente rutinas
Por último, se puede dotar al acto de irse a dormir de cierto ritual que lo convierta en algo realmente especial. ¿Cómo? Pues…, las premisas principales deben ser calma, paciencia, respeto, escucha, amor y contacto visual y corporal. De modo que toda la relación familiar, y especialmente con el niño, desprenda calma y seguridad, con normas claras y razonadas.
A partir de ahí, se debe planificar y cuidar el ambiente (el espacio). Ser conscientes del orden, la estética y la propia belleza. Esto puede lograrse dotando a la habitación de un aspecto sobrio, poco recargado y sin muchas distracciones, con luz tenue y silencio. Siendo relevante que la actividad de las personas que convivan en casa sea relajada. Añadiendo una temperatura adecuada.
También pueden seleccionarse los tejidos de la ropa de cama según las preferencias del niño. Casi todas las personas tienen mayor inclinación por un tipo de tacto en concreto. Así como propiciar que el niño adopte su propia postura de dormir, con o sin almohada.
Una vez está todo preparado, es el momento de acompañar el sueño. Cantarle o contarle un cuento, ponerle música suave, darle el pecho, hablarle y si son algo mayores, explicarles y pactar. Luego nos salimos de la habitación y esperamos a que se quede dormido solo, o bien, si nos reclama, sentarnos junto al peque, no dentro de su cama, sino en una silla, de modo que pueda vernos y sentir la presencia, hasta que se quede dormido. En los días sucesivos, ir dejándolo solo cada vez antes, progresivamente.
Despertares durante el descanso
Cuando el niño se despierta hay que atenderlo rápidamente. Sin estrés, pero acudir. Ello contribuye a que se sienta seguro. Empleando frases del tipo “Si necesitas algo, me llamas, mamá/papá está aquí…”. No se trata de despistarlo, sino de todo lo contrario, de que se haga consciente del proceso. Asimismo, para que concilie el sueño de nuevo, se le puede dar el pecho si es lactante, acariciarle la cabeza, darle un beso… Siempre evitando meterse en la cama o agarrarlo desde afuera.
Debe tenerse en cuenta, que hay niños que sufren terrores nocturnos. Pero no debemos despertarlo, salvo que se lesione y se precisen despertares programados. Hazle sentir que nada malo puede sucederle a tu lado. Esto puede darse desde los seis meses, pero es más frecuente entre los dos y cinco años. Como prevención debe seguirse un estilo de vida que propicie que el niño se acueste relajado y tranquilo.
Algunas reglas básicas
- No deben dormirse viendo la TV.
- La persona que los acompañe en esta rutina debe ser siempre la misma. O al menos, que no cambie durante una misma noche.
- La alimentación debe ser acorde con los momentos de sueño establecidos.
- No jugar antes de dormir, ni recibir visitas.
- No esperar a cansarlos o que se queden dormidos en silla, sofá…
- Cuidado a que el sueño no se vea condicionado por objetos. Incluyendo la mano, una gasa o manta, muñecos…
- Poner límites a las peticiones para que no se hagan “interminables”.
En resumen, al igual que los adultos, los niños requieren de una vida ordenada y mínimamente predecible: horarios, responsabilidades agendadas, reglas sociales… Y la vida que se lleva actualmente no debe impedir atender correctamente sus necesidades.
¿No será acaso que esta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida? (Mafalda, Quino).
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